jueves, abril 18, 2013
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Cuenta la leyenda que la lucha entre conductores y peatones lleva disputándose desde que Henry Ford construyó el primer coche.

Al ser humano siempre le gustó marcar su territorio y como lo de hacerlo con orina ha caído en desuso en nuestra especie, un sinfín de aspavientos, muecas, miradas de odio y alguna que otra proliferación de insultos -a viva voz, a veces, por lo “bajini”, en otras ocasiones- componen los elementos comunicativos desplegados por ambos bandos. 

Esto pasa hasta en las mejores ciudades, pero en el caso de Cádiz se da una particularidad marcada por las proporciones.

En ciudades grandes hay grandes avenidas, calzadas y pasos de peatones. Hasta en este último tramo, reservado para el viandante, no será su presencia en el mismo lo que obligue al conductor del vehículo (casi siempre, familiar directo de Fernando Alonso) a frenar, si considera factible no atropellarlo. 


 Es fácil, así, encontrar a personas que suspendieron matemáticas y física durante toda su vida lectiva pero que ahora, a una velocidad de 50 kilómetros por hora y controlado una máquina, son capaces de hacer complejos cálculos en sólo unos segundos, que los llevan a dilucidar a qué velocidad deben ir para que el objeto A (peatón), no se choque con el objeto B (su coche), si ambos se encaminan al mismo punto en perpendicular, teniendo la vía una dimensión de 4 metros.

La cuestión es que la posibilidad física de que el coche cruce, a pesar de la presencia de un peatón en el paso de cebra, obliga a la persona a ser cautelosa en su guerra urbana, hasta en las zonas habilitadas para su uso y disfrute.

Ahora llegamos a Cádiz, urbe en la que 10 pasos separan una acera de la que está frente a ella y en la que, por tanto, pensar que peatón y conductor pueden compartir vía es una utopía de asesino en serie
A diferencia del miedo a la muerte por atropello que puede verse en los ojos de los transeúntes de una gran ciudad, aquí todos sabemos que el vehículo frenará.
Algo bueno sin duda y que da un “mini-punto” al equipo de los gaditanos.

El problema es que nos hemos acostumbrado a andar por las calles relajadamente y a pasear por todos y cada uno de los rincones que componen nuestro mapa.

Aquí, en la lucha épica, el peatón lleva una clara ventaja. Las calles estrechas, en las que las aceras no tienen relieve ni anchura suficiente, reconozcámoslo de antemano, son un handicap para ambas partes pero eso no autoriza moral ni legalmente al viandante para ignorar deliberadamente la presencia de un coche.

Cometer la temeridad de ser conductor por la calle La Rosa es un gran ejemplo de ello. El transito de gente es constante y la relajación innata del transeúnte gaditano se manifiesta impudorosa.

Los 25 kilómetros por hora son un lujo inalcanzable, tanto como que el uso del claxon produzca alguna reacción en tus convecinos, más allá de una mirada interrogante como diciendo: “No sé que esperas de mí”. La respuesta, a mí al menos me parece obvia, es que espero que te dirijas a la acera, por plana y limitada que pueda llegar a ser.

Pero el instante cumbre llega cuando el peatón que no se aparta está frente a ti. Lleva siendo consciente de tu presencia una media hora y, como “el Juli” en una de sus mejores tardes, -disfrutando del peligro del momento y de la adrenalina generada por él-no se apartará del morro de tu coche hasta que no haya sentido el frío metal en su rodilla. Belleza, arte y tronío en un acto de valentía sin igual.
Alguna vez, y no exagero, he esperado que me hicieran el salto de la rana frente al capó.

Por otro lado, más allá de representantes de la tercera edad que consideran que han vivido lo suficiente en esta tierra como para hacerla suya y, por tanto, transitar libremente por donde consideren oportuno, ¡y bien que hacen porque algo de razón llevan!; más allá de impacientes caminantes que se lanzan a cruzar la Avenida como pamplonés dispuesto a correr los “sanfermines” y más allá de padres incoherentes que esperan la ausencia de automóviles, manteniendo a sus vástagos sobre marcas viales no peatonales; hay una modalidad de peatón que merece una mención de honor: El que va con el móvil. 


Y, por favor, no caigamos en el tópico del adolescente, que hay representantes de esta tendencia cuyo vello axilar lleva décadas dejándose ver.

Vale que Hollywood esté ultimando la nueva versión de “El planeta de los simios”, en la que la humanidad está esclavizada por un iPhone, en vez de por monos, pero – y que alguien me corrija si me equivoco- cada vez que se te cruza por la calzada una persona que, absorta y alegremente, disfruta de las aplicaciones de su terminal de última generación, desearías que los radares policiales también escogieran a estos elementos como musas de sus fotografías.

2 comentarios:

  1. hay veces que la culpa no es de nadie, otras veces es de todos

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  2. Una cosa está clara. En cádiz hay calles peatonales que deberían ser transitables para vehículos, de manera que otras para vehículos deberían ser solo para peatones. La calle sacramento es una locura

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