Al ser humano siempre le gustó marcar su territorio y como
lo de hacerlo con orina ha caído en desuso en nuestra especie, un sinfín de
aspavientos, muecas, miradas de odio y alguna que otra proliferación de
insultos -a viva voz, a veces, por lo “bajini”, en otras ocasiones- componen
los elementos comunicativos desplegados por ambos bandos.
Esto pasa hasta en las mejores ciudades, pero en el caso de
Cádiz se da una particularidad marcada por las proporciones.
En ciudades grandes hay grandes avenidas, calzadas y pasos
de peatones. Hasta en este último tramo, reservado para el viandante, no será
su presencia en el mismo lo que obligue al conductor del vehículo (casi
siempre, familiar directo de Fernando Alonso) a frenar, si considera factible
no atropellarlo.
Es fácil, así, encontrar a personas que suspendieron
matemáticas y física durante toda su vida lectiva pero que ahora, a una
velocidad de 50 kilómetros
por hora y controlado una máquina, son capaces de hacer complejos cálculos en
sólo unos segundos, que los llevan a dilucidar a qué velocidad deben ir para
que el objeto A (peatón), no se choque con el objeto B (su coche), si ambos se
encaminan al mismo punto en perpendicular, teniendo la vía una dimensión de 4 metros.
La cuestión es que la posibilidad física de que el coche
cruce, a pesar de la presencia de un peatón en el paso de cebra, obliga a la
persona a ser cautelosa en su guerra urbana, hasta en las zonas habilitadas
para su uso y disfrute.
Ahora llegamos a Cádiz, urbe en la que 10 pasos separan una
acera de la que está frente a ella y en la que, por tanto, pensar que peatón y
conductor pueden compartir vía es una utopía de asesino en serie
A diferencia del miedo a la muerte por atropello que puede
verse en los ojos de los transeúntes de una gran ciudad, aquí todos sabemos que
el vehículo frenará.
Algo bueno sin duda y que da un “mini-punto” al equipo de
los gaditanos.
El problema es que
nos hemos acostumbrado a andar por las calles relajadamente y a pasear por
todos y cada uno de los rincones que componen nuestro mapa.
Aquí, en la lucha épica, el peatón lleva una clara ventaja.
Las calles estrechas, en las que las aceras no tienen relieve ni anchura
suficiente, reconozcámoslo de antemano, son un handicap para ambas partes pero eso no autoriza moral ni legalmente
al viandante para ignorar deliberadamente la presencia de un coche.
Cometer la temeridad de ser conductor por la calle La Rosa es un gran ejemplo de
ello. El transito de gente es constante y la relajación innata del transeúnte
gaditano se manifiesta impudorosa.
Los 25
kilómetros por hora son un lujo inalcanzable, tanto como
que el uso del claxon produzca alguna reacción en tus convecinos, más allá de
una mirada interrogante como diciendo: “No sé que esperas de mí”. La respuesta,
a mí al menos me parece obvia, es que espero que te dirijas a la acera, por
plana y limitada que pueda llegar a ser.
Pero el instante cumbre llega cuando el peatón que no se
aparta está frente a ti. Lleva siendo consciente de tu presencia una media hora
y, como “el Juli” en una de sus mejores tardes, -disfrutando del peligro del
momento y de la adrenalina generada por él-no se apartará del morro de tu coche
hasta que no haya sentido el frío metal en su rodilla. Belleza, arte y tronío
en un acto de valentía sin igual.
Alguna vez, y no exagero, he esperado que me hicieran el
salto de la rana frente al capó.
Por otro lado, más allá de representantes de la tercera edad
que consideran que han vivido lo suficiente en esta tierra como para hacerla
suya y, por tanto, transitar libremente por donde consideren oportuno, ¡y bien
que hacen porque algo de razón llevan!; más allá de impacientes caminantes que
se lanzan a cruzar la Avenida
como pamplonés dispuesto a correr los “sanfermines” y más allá de padres
incoherentes que esperan la ausencia de automóviles, manteniendo a sus vástagos
sobre marcas viales no peatonales; hay una modalidad de peatón que merece una
mención de honor: El que va con el móvil.
Y, por favor, no caigamos en el tópico del adolescente, que
hay representantes de esta tendencia cuyo vello axilar lleva décadas dejándose
ver.
Vale que Hollywood esté ultimando la nueva versión de “El
planeta de los simios”, en la que la humanidad está esclavizada por un iPhone,
en vez de por monos, pero – y que alguien me corrija si me equivoco- cada vez
que se te cruza por la calzada una persona que, absorta y alegremente, disfruta
de las aplicaciones de su terminal de última generación, desearías que los
radares policiales también escogieran a estos elementos como musas de sus
fotografías.
hay veces que la culpa no es de nadie, otras veces es de todos
ResponderEliminarUna cosa está clara. En cádiz hay calles peatonales que deberían ser transitables para vehículos, de manera que otras para vehículos deberían ser solo para peatones. La calle sacramento es una locura
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